«En los próximos años con suerte habrá una cura para los tumores cerebrales»

Ocurrió hace más de 20 años, pero Michelle Monje no ha olvidado la rabia y la impotencia que sintió entonces ni tampoco los ojos de aquella niña de 8 años con cáncer cerebral por quien no se pudo hacer nada.

«Todavía era una estudiante pero seguí su caso desde el primer día, desde el diagnóstico hasta que falleció. Y ya no pude quitarme esa enfermedad de la cabeza. Desde aquel día, no he dejado de investigar para encontrar un tratamiento», expresó Monje.

El recuerdo todavía emociona la voz de esta neurooncóloga de la Universidad de Stanford (EEUU), una de las líderes mundiales en el campo de los gliomas, que recientemente visitó en Madrid el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).

Monje habla pausado y explica que este tipo de tumores, como el glioma difuso intrínseco de tronco que sufría la paciente que marcó su carrera, tienden a aparecer a unas edades determinadas y en zonas específicas del cerebro. «Por eso, lo primero que pensé fue que la investigación debía de hacerse desde el punto de vista de la neurociencia. Sabía que tenía que haber algo en el desarrollo del sistema nervioso y del cerebro que no va bien en esos casos, así que el primer paso fue tratar de entender eso para, desde ahí, buscar una cura», subraya.

Pionera en la neurociencia del cáncer, su equipo ha descubierto una estratagema fundamental utilizada por los tumores cerebrales para crecer y hacerse fuertes: nada menos que aprovecharse de la actividad cerebral. «No es que los tumores hayan inventado nada nuevo. Una de sus estrategias es secuestrar los mecanismos normales implicados en el desarrollo y la plasticidad cerebral y subvertirlos para su propio crecimiento y progresión», explica Monje.

El cáncer consigue integrarse en el sistema nervioso y hackearlo, de forma que, en vez de dedicarse al aprendizaje y la memoria, las señales eléctricas del cerebro pasan a fortalecer al tumor. «Hicimos varios experimentos para comprobar esa hipótesis y la primera vez que vimos claramente la actividad eléctrica en el cáncer sentí náuseas. Ahí estaba el cáncer que invade el cerebro de mis pacientes secuestrando el sistema nervioso, aprovechándose de las señales eléctricas».

La relación entre el sistema nervioso y el cáncer es bidireccional y va más allá del cerebro, señala Monje, quien apunta, esperanzada, que «la neurociencia está cambiando la forma en la que abordamos los tumores».

Esta vía, asegura, es una nueva y prometedora diana a la que dirigir los ataques contra el cáncer. «No creo que romper estas interacciones entre el sistema nervioso y el cáncer sea suficiente por sí misma para tratar los tumores en general, pero sí creo que puede ser un componente importante de una combinación de terapias que puedan usarse en conjunto para que los tratamientos funcionen mejor», sostiene.

De momento, la investigación en esta línea ha iluminado otra senda terapéutica que ya ha arrojado resultados prometedores, la que se basa en el uso de células CAR-T, glóbulos blancos del propio paciente modificados genéticamente para que se dirijan específicamente a las células tumorales

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