Los astrofísicos que quieren desvelar el mayor misterio de nuestra galaxia
Un mes antes de ser asesinado a tiros en su coche oficial, en octubre de 1963, el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, permitió el lanzamiento de satélites para anunciar el mayor desastre imaginable: la explosión de bombas atómicas.
En 1967, este programa de vigilancia llamado Vela detectó misteriosas ráfagas que no procedían de la Tierra, sino del espacio exterior. El asunto se guardó en un cajón hasta que, años después, se supone que aquellas señales eran el tipo de radiación más potente del universo, llegando posiblemente desde fuera de nuestra galaxia. Sin que nadie lo hubiera planeado, se había inaugurado una nueva forma de observar el universo: la astronomía de rayos gamma.
Invisibles para el ojo humano, los rayos gamma son ubicuos y nos permiten estudiar los fenómenos más violentos del cosmos. “En un breve instante, los estallidos de rayos gamma liberan más energía que todas las estrellas del universo juntas”, resume Peter Michelson, astrofísico de la Universidad de Stanford (EE.UU.) y padre intelectual del telescopio de rayos gamma. Fermi.
Este observatorio espacial fue lanzado en 2008 por la NASA para continuar de forma más científica los trabajos de vigilancia iniciados por los satélites de la Guerra Fría. En cuestión de horas, el equipo de más de 400 científicos de 17 países asociados a este telescopio puede detectar una nueva fuente de rayos gamma, localizar su origen y alertar a otros telescopios espaciales y terrestres para que la observen. Por primera vez, los responsables del principal instrumento científico a bordo del Fermi se han reunido en España para discutir sus nuevos objetivos, entre ellos comprender un tercio de todas las señales, que tienen un origen desconocido.
Estallidos cortos de rayos gamma duran fracciones de segundo. Ocurren justo cuando chocan dos estrellas de neutrones, objetos tan densos y compactos que una sola cuchara pesa mil millones de toneladas. Las explosiones largas, que duran como máximo unos minutos, se producen cuando una estrella unas 30 veces más grande que el Sol llega al final de su vida y explota, formando una supernova. Las capas exteriores se desechan cuando el núcleo colapsa sobre sí mismo. La fuerza de la gravedad es tan fuerte que se forma un punto de densidad infinita: un agujero negro. “Si además el agujero gira sobre sí mismo, lo que ocurre casi siempre, surge un chorro de rayos gamma tan potente como el producido por toda una galaxia”, resume Michelson. Ninguna bomba atómica sería capaz de producir energía ni remotamente similar.
La astrofísica irlandesa Deirdre Horan, miembro del equipo científico de Fermi, explica: “Los rayos gamma son también uno de los tipos de radiación que fluctúan más rápida y dramáticamente; hasta el punto de que algunas fuentes convierten el cielo en una discoteca”. “Es fascinante cómo la naturaleza puede producir algo así”, destaca. El investigador se refiere a los púlsares, estrellas de neutrones en rotación que emiten destellos periódicos con tal precisión que pueden utilizarse como cronómetros para medir con altísima precisión otros fenómenos, como la radiación producida por el Big Bang, hace 13.700 millones de años.
Él Fermi Vigilancia las 24 horas del día, todos los días de la semana. Desde su órbita, a más de 500 kilómetros de la superficie terrestre, puede cubrir todo el cielo cada tres horas. Desde su lanzamiento, ha identificado más de 7.000 fuentes de rayos gamma procedentes del interior y exterior de la Vía Láctea. Sus hallazgos muestran que la Tierra es un pequeño punto en el espacio literalmente rodeado de fuentes de rayos gamma, muchos de ellos púlsares de exquisita puntualidad. Algunas señales llegan desde tan lejos que marea: se trata de luz gamma que fue emitida hace 12.500 millones de años, cuando el universo era casi un recién nacido. Debido a la expansión acelerada del cosmos, este objeto se encuentra ya a 25 mil millones de años luz de distancia, lo que significa que para alcanzarlo habría que viajar a la velocidad de la luz durante casi el doble de la edad total del universo.
Equipos plagados de partículas atómicas cargadas Fermi constantemente. Aunque en teoría fue construido para durar sólo cinco años, sus ideólogos y constructores se aseguraron de dotarlo de grandes paneles solares que siguen funcionando a pesar de haber perdido eficiencia debido al constante bombardeo radiactivo. Al menos en una ocasión el telescopio ha tenido que esquivar trozos de basura espacial que podrían haberlo dejado fuera de servicio para siempre. El equipo científico, reunido hasta el viernes en el Instituto de Física Teórica de Madrid, ha calculado que el dispositivo puede durar una década más. Es crucial que lo haga, porque sin él la humanidad estaría ciega a este tipo de rayos gamma; No hay ningún sucesor a la vista.
El astrofísico extremeño Miguel Ángel Sánchez Conde será el nuevo coordinador científico de la colaboración Fermi-LAT. Uno de sus principales objetivos es utilizar el telescopio para intentar identificar la materia oscura. “Sería un descubrimiento que nos llevaría directamente a Estocolmo a recoger el Premio Nobel”, destaca.
La materia oscura constituye el 25% de todo el universo, pero nadie ha podido observarla ni determinar de qué está hecha. “Muchas de las fuentes no identificadas podrían ser pequeños halos de materia oscura que son aniquiladores y al hacerlo emiten rayos gamma”, detalla Sánchez. Esta posibilidad podría encajar con algunas propuestas actuales para explicar la materia oscura, como las partículas masivas que interactúan débilmente, WIMPS en inglés.
Información de El País